Uno de mis escritores favoritos, pace Paul Auster, es Álvaro Cunqueiro. Su capacidad de narrar es la de crear mundos y traer de nuevo a la vida a Elsinor, Micenas, Constantinopla, Santiago, o Ítaca. Mi Ítaca.
Ayer leí en un libro de entrevistas que Cunqueiro concebía su vida igual que la de un personaje de sus novelas. Que no podía diferenciar sus recuerdos, por ejemplo, de los recuerdos de Sinbad. Que para él era tan real pasear por las calles de Vigo y trabajar en su despacho del periódico como entrar por la puerta oeste de Samarcanda una tarde de verano. Los críticos dicen que Cunqueiro se veía como un personaje más dentro de su obra.
Me inclino a pensar todo lo contrario: que él tenía dentro de sí todos aquellos personajes y eran tan reales para él como las personas que podían llamarlo por teléfono en una mañana.Lo pienso así, porque Samarcanda, Sinbad, Ulises o Fanto Fantini forman parte de mi historia, igual que Daniel Quinn o el viejo Mr. Bones. Porque yo puedo ser lo que soy, pero al igual que soy más rico por todo lo que he vivido, también lo soy con las palabras que comparto, por las aventuras y recuerdos que conozco de todos esos personajes; en los libros que leo cada noche, antes de dormir; los poemas que leo en voz alta. Las cartas de A. Todo forma parte de mí, y entiendo mejor mi vida y a A. porque también he participado en las tertulias de Sinbad al caer el sol, bajo el toldo, con el zumo de la naranja que acaba de comer goteando entre su barba gris. Igual que distingo a Ulises apoyado en su barandal, mirando los campos de Ítaca una semana después de regresar. El frío de Elsinor. O el mar que Homero describe como negro, y que comprendí por primera vez un atardecer tan claro que oscurecía las aguas de una de las playas cercanas a mi instituto. Todo forma parte de mí, pero al mismo tiempo, sé que lo que pueda escribir en estas páginas o todo lo que me aporte la literatura, no podrá ser igual al más mínimo de los recuerdos que pueda tener, por ejemplo, de cualquiera de las horas de este último domingo.
Ayer leí en un libro de entrevistas que Cunqueiro concebía su vida igual que la de un personaje de sus novelas. Que no podía diferenciar sus recuerdos, por ejemplo, de los recuerdos de Sinbad. Que para él era tan real pasear por las calles de Vigo y trabajar en su despacho del periódico como entrar por la puerta oeste de Samarcanda una tarde de verano. Los críticos dicen que Cunqueiro se veía como un personaje más dentro de su obra.
Me inclino a pensar todo lo contrario: que él tenía dentro de sí todos aquellos personajes y eran tan reales para él como las personas que podían llamarlo por teléfono en una mañana.Lo pienso así, porque Samarcanda, Sinbad, Ulises o Fanto Fantini forman parte de mi historia, igual que Daniel Quinn o el viejo Mr. Bones. Porque yo puedo ser lo que soy, pero al igual que soy más rico por todo lo que he vivido, también lo soy con las palabras que comparto, por las aventuras y recuerdos que conozco de todos esos personajes; en los libros que leo cada noche, antes de dormir; los poemas que leo en voz alta. Las cartas de A. Todo forma parte de mí, y entiendo mejor mi vida y a A. porque también he participado en las tertulias de Sinbad al caer el sol, bajo el toldo, con el zumo de la naranja que acaba de comer goteando entre su barba gris. Igual que distingo a Ulises apoyado en su barandal, mirando los campos de Ítaca una semana después de regresar. El frío de Elsinor. O el mar que Homero describe como negro, y que comprendí por primera vez un atardecer tan claro que oscurecía las aguas de una de las playas cercanas a mi instituto. Todo forma parte de mí, pero al mismo tiempo, sé que lo que pueda escribir en estas páginas o todo lo que me aporte la literatura, no podrá ser igual al más mínimo de los recuerdos que pueda tener, por ejemplo, de cualquiera de las horas de este último domingo.