"Todos necesitamos que alguien nos mire. Sería posible dividirnos en cuatro categorías, según el tipo de mirada bajo la cual queremos vivir. La primera categoría anhela la mirada del público. (...) La segunda categoría la forman los que necesitan vivir la mirada de muchos ojos conocidos. (...) La tercera categoría, los que necesitan de la mirada de la persona amada. (...) Y hay también una cuarta categoría, la de quienes viven bajo la mirada imaginaria de personas ausentes. Son los soñadores. "
Milan Kundera, La insoportable levedad del ser. Barcelona, Tusquets, 1987: 276.
No estoy de acuerdo con Kundera. Creo que todos necesitamos de diferentes clases de miradas según las circunstancias. Kundera establece círculos concéntricos desde las multitudes de ojos hasta las miradas tan íntimas, que sólo viven en la memoria.
Seguro que tiene razón, pero no en que por regla general nosotros estemos compartimentados de esta forma: en mi caso, no he buscado la primera de estas miradas.
Ha habido momentos en que sí he necesitado de la segunda.
La otra noche, mi amiga A.C. nos dejó su casa a A. y a mí. Habíamos bajado las persianas de la habitación al completo y no entraba ni una pizca de luz. Sabía que ella me estaba mirando por su respiración, porque hablábamos en susurros, por su mano en la mía.
Ahora, aquí, mientras escribo estas líneas en mi estudio, me doy cuenta de que la tercera y la cuarta de las miradas están ligadas cuando hablo de A., como los eslabones de una cadena o como el agua resbalando entre su piel y la mía. Nunca me ha aprisionado la sensación de oscuridad, quizá porque tenía ya la certeza de que la soledad y el tiempo, en nuestro caso, sólo podían vencerse con los ojos: contemplándonos a nosotros mismos en todo lo que hacemos, pero además, contemplando nuestras voces, nuestras palabras sin necesidad de luces en el presente, y luego en la memoria. Es nuestra forma de asomarnos a las aguas del tiempo y de retenerlo.
Milan Kundera, La insoportable levedad del ser. Barcelona, Tusquets, 1987: 276.
No estoy de acuerdo con Kundera. Creo que todos necesitamos de diferentes clases de miradas según las circunstancias. Kundera establece círculos concéntricos desde las multitudes de ojos hasta las miradas tan íntimas, que sólo viven en la memoria.
Seguro que tiene razón, pero no en que por regla general nosotros estemos compartimentados de esta forma: en mi caso, no he buscado la primera de estas miradas.
Ha habido momentos en que sí he necesitado de la segunda.
La otra noche, mi amiga A.C. nos dejó su casa a A. y a mí. Habíamos bajado las persianas de la habitación al completo y no entraba ni una pizca de luz. Sabía que ella me estaba mirando por su respiración, porque hablábamos en susurros, por su mano en la mía.
Ahora, aquí, mientras escribo estas líneas en mi estudio, me doy cuenta de que la tercera y la cuarta de las miradas están ligadas cuando hablo de A., como los eslabones de una cadena o como el agua resbalando entre su piel y la mía. Nunca me ha aprisionado la sensación de oscuridad, quizá porque tenía ya la certeza de que la soledad y el tiempo, en nuestro caso, sólo podían vencerse con los ojos: contemplándonos a nosotros mismos en todo lo que hacemos, pero además, contemplando nuestras voces, nuestras palabras sin necesidad de luces en el presente, y luego en la memoria. Es nuestra forma de asomarnos a las aguas del tiempo y de retenerlo.