El domingo A. y yo comimos con mis padres. El día anterior ellos habían ido a visitar a mi abuela, y aprovechando la ausencia, dejé encima de la cocina de mi madre un ramo de flores de parte de mi hermana y nosotros dos.
Con la tarta, mis padres sacaron un puñado de fotos que se trajeron para hacer copias. Fotos antiguas, de mis bisabuelos y de mis abuelos paternos cuando aún no se habían casado. Mi abuela con catorce o quince años, mis bisabuelos frente a la casa que construyeron en 1906. Mi abuelo entre dos de sus hermanas.
Tuve una sensación extraña. La de que el tiempo había pasado y a la vez no había pasado. Al mirar las fotos, estaba viendo a primas segundas de mi padre. Las hermanas de mi abuelo eran clavadas a ellas, que veo todos los veranos en la fiesta del pueblo. Más que un aire de familia era la repetición del tiempo, como en estas películas en que un actor hace el papel actual y el de cien años atrás, exactamente así.
Sentí melancolía, porque en realidad lo que yo estaba viendo no existía ya. Nunca he podido conocerlo más que con las palabras de mis familiares poniéndole voz a las fotos que para ellos también son ajenas y propias al mismo tiempo. Hace poco leí que un pseudoprofeta científico predicaba que podríamos vivir mil años. Reconozco que hoy por hoy, me encantaría. Y aún así, seguiría sufriendo por no poder capturar cada momento. Porque me hubiera gustado, como le dije el otro día por la noche a A. cuando ya estaba dormida, poder vivir desde siempre con ella. Porque la única máquina del tiempo que tenemos para viajar al pasado son los recuerdos. Y hubiera dado lo que fuera por participar siempre de ambos, de los suyos y de los míos.
Creo que estoy siendo injusto, porque en realidad ya lo hago, desde el momento en que estamos juntos. Porque al contarnos nuestros recuerdos, forman también parte de nuestro presente. Son nuestra máquina del tiempo. Como este diario. Como tantas cosas que ella y yo sabemos. Mientras le decía esas palabras, de noche, comprendí por qué tuve esa sensación doble al mirar las fotos. Porque en realidad, el tiempo sigue con nosotros. Porque mientras estamos aquí, compartimos el presente y el pasado: lo que hemos heredado, lo que llevamos dentro. Lo que miramos Ella y yo. Porque para mí, Ella llena mi tiempo del ahora, el tiempo que pasa y permanece. Lo que hemos sido, y sobre todo, lo que ahora somos.
Con la tarta, mis padres sacaron un puñado de fotos que se trajeron para hacer copias. Fotos antiguas, de mis bisabuelos y de mis abuelos paternos cuando aún no se habían casado. Mi abuela con catorce o quince años, mis bisabuelos frente a la casa que construyeron en 1906. Mi abuelo entre dos de sus hermanas.
Tuve una sensación extraña. La de que el tiempo había pasado y a la vez no había pasado. Al mirar las fotos, estaba viendo a primas segundas de mi padre. Las hermanas de mi abuelo eran clavadas a ellas, que veo todos los veranos en la fiesta del pueblo. Más que un aire de familia era la repetición del tiempo, como en estas películas en que un actor hace el papel actual y el de cien años atrás, exactamente así.
Sentí melancolía, porque en realidad lo que yo estaba viendo no existía ya. Nunca he podido conocerlo más que con las palabras de mis familiares poniéndole voz a las fotos que para ellos también son ajenas y propias al mismo tiempo. Hace poco leí que un pseudoprofeta científico predicaba que podríamos vivir mil años. Reconozco que hoy por hoy, me encantaría. Y aún así, seguiría sufriendo por no poder capturar cada momento. Porque me hubiera gustado, como le dije el otro día por la noche a A. cuando ya estaba dormida, poder vivir desde siempre con ella. Porque la única máquina del tiempo que tenemos para viajar al pasado son los recuerdos. Y hubiera dado lo que fuera por participar siempre de ambos, de los suyos y de los míos.
Creo que estoy siendo injusto, porque en realidad ya lo hago, desde el momento en que estamos juntos. Porque al contarnos nuestros recuerdos, forman también parte de nuestro presente. Son nuestra máquina del tiempo. Como este diario. Como tantas cosas que ella y yo sabemos. Mientras le decía esas palabras, de noche, comprendí por qué tuve esa sensación doble al mirar las fotos. Porque en realidad, el tiempo sigue con nosotros. Porque mientras estamos aquí, compartimos el presente y el pasado: lo que hemos heredado, lo que llevamos dentro. Lo que miramos Ella y yo. Porque para mí, Ella llena mi tiempo del ahora, el tiempo que pasa y permanece. Lo que hemos sido, y sobre todo, lo que ahora somos.