El día que murió Marcello Mastroianni yo estaba comiendo en un restaurante de Ourense, lleno de gente que celebraba comidas de Navidad. La televisión estaba encendida, pero sin volumen. En medio del barullo y del humo del tabaco sólo se veía casi pegado al techo del local al presentador de un telediario cualquiera.
Cuando levanté la vista, estaban pasando por la pantalla imágenes de La Dolce Vita y otras películas y más en blanco y negro y en color. En todas lo común era la figura elegantemente desgarbada de Marcello. “Se ha muerto Romano Patroni”, pensé.
Cerca del final del reportaje emitieron un pequeñísimo fragmento de Ojos Negros. No necesité del volumen para poder leer en los labios las frases que Romano pronunciaba en aquel barco, hablándole a un ruso al que no conocía de nada sobre su infancia, su vida, y muy italiano él, de las historias de amor que lo habían vuelto del derecho, y de una en particular, una dama rusa con un perrito, que lo había vuelto todo del revés:
-“Si un día San Pedro se acercase a mí, a la entrada del cielo, y me preguntase, -Romano, eh, Romano, ¿qué recuerdas? yo le contestaría –Nada, nada. Bueno... sí: recuerdo tres cosas: el aroma del cuello de mi madre cuando de muy niño me cogía en el regazo. Mi noche de bodas con Lucía. Y un amanecer en los bosques de Rusia. "
El silencio, la sonrisa y la mirada que mantenía fija y al mismo tiempo perdida hacia el mar lo sigo recordando no sólo como el momento mayor de esa película. Para mí es el momento mayor de su carrera.
A medida que pasa el tiempo, voy entendiendo esas palabras un poco mejor. Sobre todo, desde hace algo más de un año.
Cuando levanté la vista, estaban pasando por la pantalla imágenes de La Dolce Vita y otras películas y más en blanco y negro y en color. En todas lo común era la figura elegantemente desgarbada de Marcello. “Se ha muerto Romano Patroni”, pensé.
Cerca del final del reportaje emitieron un pequeñísimo fragmento de Ojos Negros. No necesité del volumen para poder leer en los labios las frases que Romano pronunciaba en aquel barco, hablándole a un ruso al que no conocía de nada sobre su infancia, su vida, y muy italiano él, de las historias de amor que lo habían vuelto del derecho, y de una en particular, una dama rusa con un perrito, que lo había vuelto todo del revés:
-“Si un día San Pedro se acercase a mí, a la entrada del cielo, y me preguntase, -Romano, eh, Romano, ¿qué recuerdas? yo le contestaría –Nada, nada. Bueno... sí: recuerdo tres cosas: el aroma del cuello de mi madre cuando de muy niño me cogía en el regazo. Mi noche de bodas con Lucía. Y un amanecer en los bosques de Rusia. "
El silencio, la sonrisa y la mirada que mantenía fija y al mismo tiempo perdida hacia el mar lo sigo recordando no sólo como el momento mayor de esa película. Para mí es el momento mayor de su carrera.
A medida que pasa el tiempo, voy entendiendo esas palabras un poco mejor. Sobre todo, desde hace algo más de un año.