A mi abuela le gustaba contarme cómo había conquistado a mi abuelo. Que desde que lo vio por primera vez supo que no podía haber nadie más que él, y acto seguido rompió con un novio que tenía en el pueblo. Lo contaba sin ninguna pretenciosidad, como una simple lógica, pero al mismo tiempo, con orgullo. No fue fácil. La familia de ella no apreciaba a un joven de diecisiete años que se había tenido que hacer cargo de un montón de hermanos, tras morir su madre, y con un padre en la Argentina que no había vuelto a dar señales de vida. Les dio igual, ellos dos siguieron adelante, aunque eso costó entre otras cosas, una boda en tiempo de guerra. Y quedarse embarazada para que esa boda pudiese ir adelante. Y cinco años de separación hasta que lo licenciaron.
Me dijo una vez que cuando empezaron a ser novios y caminaban juntos, ella siempre miraba al suelo para fijarse por donde iba él, porque lo quería tanto que hasta le dolía pisar su sombra.
Es uno de los detalles que más me han quedado grabados de todas las conversaciones que tuvimos. De muchas conversaciones que me siguen pareciendo demasiado pocas.
Siempre que paseamos A. y yo, y miro al suelo y veo su sombra, me acuerdo de mi abuela.
Ojalá hubieran podido conocerse.
Me dijo una vez que cuando empezaron a ser novios y caminaban juntos, ella siempre miraba al suelo para fijarse por donde iba él, porque lo quería tanto que hasta le dolía pisar su sombra.
Es uno de los detalles que más me han quedado grabados de todas las conversaciones que tuvimos. De muchas conversaciones que me siguen pareciendo demasiado pocas.
Siempre que paseamos A. y yo, y miro al suelo y veo su sombra, me acuerdo de mi abuela.
Ojalá hubieran podido conocerse.