A. acaba de enviarme un artículo de Paulo Coelho sobre su biblioteca, de como ha decidido deshacerse de ella y conservar sólo 400 libros. Aclaro que no me gusta nada Coelho, aunque el hecho de que escriba algo sobre el amor a los libros pueda mejorar un poco mi opinión sobre él. Creo que esto no tiene ningún mérito. Hasta si De Prada escribiese algo sobre bibliofilia sería capaz de apreciarlo un poco más.
Bueno, me temo que esto que acabo de escribir es una exageración. Ni siquiera así podría.
Coelho dice que cada libro tiene su propio recorrido, y eso es lo que lo mueve a donarlos a bibliotecas. Me parece muy bien, pero yo pienso de otro modo. No quiero ni querré, ni podría nunca deshacerme de mi biblioteca.
Porque aunque compre libros que tarde años en leer, o tenga ejemplares que haya leído hace muchos años y no vuelva a abrirlos, son míos. No en el sentido de la propiedad, sino porque cada uno de ellos tiene un valor en mi vida. Puedo recordar las ocasiones en que compré cada libro. De hecho, siempre que salgo de viaje o llego a un sitio nuevo o hay una ocasión especial, procuro comprar uno que me sirva de recuerdo.
No creo que mis libros sean más importantes en una biblioteca pública, porque como biblioteca pública, ya contribuyo, en la medida que cumplo con mis obligaciones fiscales, a su dotación. Ojalá hubiese más bibliotecas, más plazas de bibliotecario, sí, por favor, y más aquí, en Galicia, pero entre lo que pueda construír a lo largo de mi vida, una de las cosas que más valoro es mi colección de libros. Mi biblioteca.
Me gusta el bookcrossing. La idea de liberar un libro y que otra persona vuelva a dejarlo en una cadena constante me parece fascinante. Lo hago en varias ocasiones, pero siempre con ejemplares que compro y de los que aún no me he encariñado.
Me gusta subir al trastero, donde tengo mi cenáculo, como le llama R. Porque creo que una forma de conocer a alguien es también, por su biblioteca.
Porque su recorrido es mi vida. Porque a veces subo a buscar cualquier cosa, y de repente abro un libro cualquiera, y recuerdo cuando lo compré, lo que hice, e incluso a veces encuentro alguna nota dentro -incluso una vez un billete-.
Mis libros me hablan no sólo con las palabras allí escritas.
Y cuando me doy cuenta, ha pasado tiempo y tiempo, y estoy sentado en el taburete, con la única bombilla del trastero a medio fundirse, leyendo.
Además, ahora tengo otro motivo para cuidar mi biblioteca.
Si los libros tienen su recorrido, ahora los míos también forman parte de A.
Aún recuerdo la primera vez que ella subió al trastero. Su mirada emocionada, cómo la fue pasando por cada estante.
Bueno, me temo que esto que acabo de escribir es una exageración. Ni siquiera así podría.
Coelho dice que cada libro tiene su propio recorrido, y eso es lo que lo mueve a donarlos a bibliotecas. Me parece muy bien, pero yo pienso de otro modo. No quiero ni querré, ni podría nunca deshacerme de mi biblioteca.
Porque aunque compre libros que tarde años en leer, o tenga ejemplares que haya leído hace muchos años y no vuelva a abrirlos, son míos. No en el sentido de la propiedad, sino porque cada uno de ellos tiene un valor en mi vida. Puedo recordar las ocasiones en que compré cada libro. De hecho, siempre que salgo de viaje o llego a un sitio nuevo o hay una ocasión especial, procuro comprar uno que me sirva de recuerdo.
No creo que mis libros sean más importantes en una biblioteca pública, porque como biblioteca pública, ya contribuyo, en la medida que cumplo con mis obligaciones fiscales, a su dotación. Ojalá hubiese más bibliotecas, más plazas de bibliotecario, sí, por favor, y más aquí, en Galicia, pero entre lo que pueda construír a lo largo de mi vida, una de las cosas que más valoro es mi colección de libros. Mi biblioteca.
Me gusta el bookcrossing. La idea de liberar un libro y que otra persona vuelva a dejarlo en una cadena constante me parece fascinante. Lo hago en varias ocasiones, pero siempre con ejemplares que compro y de los que aún no me he encariñado.
Me gusta subir al trastero, donde tengo mi cenáculo, como le llama R. Porque creo que una forma de conocer a alguien es también, por su biblioteca.
Porque su recorrido es mi vida. Porque a veces subo a buscar cualquier cosa, y de repente abro un libro cualquiera, y recuerdo cuando lo compré, lo que hice, e incluso a veces encuentro alguna nota dentro -incluso una vez un billete-.
Mis libros me hablan no sólo con las palabras allí escritas.
Y cuando me doy cuenta, ha pasado tiempo y tiempo, y estoy sentado en el taburete, con la única bombilla del trastero a medio fundirse, leyendo.
Además, ahora tengo otro motivo para cuidar mi biblioteca.
Si los libros tienen su recorrido, ahora los míos también forman parte de A.
Aún recuerdo la primera vez que ella subió al trastero. Su mirada emocionada, cómo la fue pasando por cada estante.